¿POR QUÉ NO TOLERO LA LACTOSA?

Alrededor de 2/3 de la población a nivel mundial no es capaz de digerir la lactosa de forma adecuada, por lo que presenta intolerancia a este azúcar que encontramos de forma natural en los lácteos. Los síntomas característicos que nos llevan a sospechar de una incorrecta absorción suelen ser: dolor, distensión abdominal, gases, ruidos estomacales, diarrea e incluso vómito. 

Normalmente viene como consecuencia de un déficit de lactasa, la enzima encargada de digerir lactosa. Sin embargo, pueden existir otros factores y causas que conlleven a una malabsorción, siendo en este caso una situación reversible. ¿Te gustaría conocer más?

Laura Pérez Naharro - Unidad de Nutrición Neolife e Investigación y Desarrollo Neoactives.


¿Qué es la lactosa y dónde podemos encontrarla?

Para poder profundizar es necesario conocer de forma detallada qué es la lactosa. Pues bien, se trata de un azúcar, o hidrato de carbono simple/sencillo. Se conoce como azúcar sencillo puesto que su estructura es pequeña y poco costosa de digerir (en el caso de que todo funcione correctamente en nuestro organismo). La fructosa también forma parte de este grupo. Mientras que, por el contrario, los hidratos de carbono complejos son moléculas estructuralmente más grandes que requieren de un mayor trabajo para su digestión. Estos últimos podemos encontrarlos en la fibra de numerosas frutas y verduras o en los granos enteros como las legumbres y copos de avena.

La lactosa es una molécula formada por glucosa y galactosa. Y para digerirla, es decir, para absorberla correctamente, en el intestino delgado contamos con una enzima denominada lactasa que se encarga de romper esta unión para que pueda ser absorbida.

¿Por qué no tolero la lactosa?

Podemos encontrarla de forma natural en cualquier lácteo, pero la cantidad difiere según el tipo. Por ejemplo, en la leche, donde aproximadamente encontramos 4g por cada 100ml de azúcares, estos proceden de la lactosa. En los quesos tenemos diferencias. A mayor grado de curación y mayor aporte graso, menor contenido en lactosa. El queso fresco tiene un mayor contenido en lactosa que un queso añejo. La mantequilla, que prácticamente es grasa en su totalidad, aporta una cantidad de lactosa insignificante. Y, con respecto a los yogures, al estar fermentados, aunque la cantidad por 100g sea similar a la leche, la estructura cambia y no suele ocasionar problemas en personas que presentan intolerancia a la lactosa.

Por otro lado, no hay que olvidar que la lactosa también puede emplearse como conservante y, por tanto, encontrarlo entre los ingredientes de ciertos productos, como pueden ser los embutidos, pan, preparados (sopas, purés, precocinados), salsas y como recubrimiento de ciertos fármacos.

También, al tratarse de un azúcar puede estar presente como endulzante en productos de bollería, caramelos, golosinas, chicles, edulcorantes, bebidas, aperitivos, sazonadores e incluso bebidas alcohólicas.

Diagnóstico de intolerancia

Un error que suele tener lugar con frecuencia es el hecho de diagnosticar intolerancias con pruebas que no tienen rigor científico o, directamente, el autodiagnóstico.

Si de repente algo comienza a sentarnos mal o tenemos ciertos síntomas es importante acudir a profesionales que valoren la raíz del problema. Pues, como veremos más adelante, la intolerancia puede ser la consecuencia de algo que no está funcionando correctamente o de otro problema clínico. Y retirar el alimento solo es un parche temporal. Lo importante debe ser conocer la causa y poder solucionarla.

Hoy en día para su diagnóstico, contamos con dos tipos de pruebas: analítica y de hidrógeno.

La primera se basa en medir los niveles de glucosa en sangre, basales y tras la ingesta de lactosa en determinados intervalos de tiempo. La segunda es similar, pero en lugar de tomar muestras de sangre, se toman de aire espirado. Los resultados permiten interpretar fácilmente si existe o no una intolerancia.

En el caso de la analítica, si la glucosa no aumenta considerablemente, significa que el azúcar no se ha digerido correctamente y por tanto existe una malabsorción. Mientras que, en la prueba de aire espirado, cifras elevadas de hidrógeno son las que determinan el diagnóstico, pues esto quiere decir que tiene lugar una fermentación a nivel del colon a causa de una incorrecta digestión.

¿Cuáles pueden ser las causas de la intolerancia?

La lactasa se encuentra en la superficie de la mucosa del intestino delgado, por lo que cualquier cambio en esta zona puede producir una alteración o deficiencia en la enzima que dé lugar a un problema de malabsorción.

Existe un déficit de lactasa que viene determinado a nivel genético. Se trata de una intolerancia primaria, pues no hay una causa funcional que haya tenido lugar para ello, pudiendo venir desde el momento del nacimiento. En estos casos hay que valorar el grado de intolerancia y llevar a cabo una dieta libre de lactosa. Para que esto no interfiera en la vida social, existe lactasa en formato cápsula para llevar a mano en el caso de comer fuera de casa y no saber realmente si la preparación lleva lactosa.

Sin embargo, la gran parte de la población presenta intolerancia con el paso de los años. ¿Qué alteraciones pueden haber tenido lugar para que se produzca?

En primer lugar, un desequilibrio en la microbiota intestinal. Debemos valorar si nuestra alimentación, y estilo de vida en general, es el adecuado para que los microorganismos que habitan en nuestro intestino se mantengan en un estado de eubiosis. Además de tener en cuenta el consumo de fármacos, sobre todo antibióticos, o infecciones bacterianas como el Helicobacter Pylori; víricas como el rotavirus (típica gastroentereritis) o parasitaria (giardiasis), pues en estos casos es muy probable que nuestra microbiota se encuentre afectada. También es importante descartar un sobrecrecimiento bacteriano, el cual se diagnostica de forma similar a la intolerancia a la lactosa, con un test de aire espirado que mida hidrógeno y metano.

En todos estos casos, la intolerancia a la lactosa es solo una consecuencia de un problema inicial que es en donde se debe poner el foco de atención.

Por otro lado, debemos tener en cuenta situaciones en las que se produce un daño en la mucosa intestinal, como es en el caso de una celiaquía no diagnosticada, enfermedades autoinmunes (hipotiroidismo de Hashimoto, artritis reumatoide, psoriasis) que cursan con una inflamación crónica de bajo grado y que por tanto puede afectar a la microbiota, en especial las inflamatorias intestinales como Crohn y colitis ulcerosa. Sin olvidar que la quimioterapia y radioterapia en la zona del abdomen también puede dar lugar a un daño en la mucosa.

Cualquier afección post-quirúrgica a nivel intestinal también puede desencadenar la intolerancia. Por ejemplo, en un síndrome de intestino corto en donde la porción en la que se encuentra la lactasa, viene extraída. Estas personas deberían llevar una dieta libre de lactosa y tomar lactasa en el caso de no conocer la composición de las preparaciones, como puede ocurrir al salir de casa.

Y, para terminar con las posibles causas, ¿qué tal el control del estrés? Es un factor más para tener en cuenta y valorar. Pero en muchas ocasiones no se le da la importancia que realmente tiene.

¿Podré volver a consumir lactosa?

Todas aquellas situaciones que provoquen un daño intestinal pueden inducir a una menor o nula actividad de la enzima lactasa, provocando intolerancia. Sin embargo, si la causa es secundaria como acabamos de ver, la situación es reversible siempre y cuando se resuelva la condición que realmente está causando dicha alteración.

Cada caso debe abordarse de forma personalizada e indagar en la raíz del problema. Debemos buscar la causa o causas que dañen la mucosa y trabajar en ello junto con la microbiota. Para esto último no debemos olvidarnos de incluir los MACs, un tipo de fibra que constituye la principal fuente de energía para las bacterias intestinales:

  • Almidón resistente: se puede obtener con el cocinado de alimentos ricos en carbohidratos como la patata, pasta o arroz y consumirlos una vez cocidos y refrigerados. De forma natural los encontramos en el boniato, plátano macho o muy poco maduro, legumbres, avena y castañas.
  • Betaglucanos: en los copos de avenas, algunas setas y algas.
  • Fructooligosacáridos e inulina: en la cebolla, ajo y espárragos verdes.
  • Mucílagos: como el agar-agar, semillas de chía, lino y tomate.
  • Pectinas: en arándanos, grosellas, limón, mandarinas, naranja, manzana y uvas.

Por otro lado, también es importante el consumo de alimentos ricos en prebióticos, un tipo de fibra que encontramos en los granos enteros y algunos MACs.

Sin olvidar el consumo de probióticos, microorganismos que podemos encontrar en alimentos fermentados (yogures, kéfir, chucrut, tempeh, encurtidos) y en forma de suplemento. Son de gran interés los géneros de Lactobacillus y Bifidobacterium, los cuales encontramos en diferentes cepas y dosis óptimas en NeoFlora Probio Balance. 

A la hora de adquirir cualquier probiótico resulta fundamental valorar su composición, pues cada cepa tiene un mecanismo de acción y función específica. Cuando hablamos de repoblar y aumentar la diversidad de microorganismos, siempre hacemos referencia a estas cepas en concreto.

Otro aspecto a tener en cuenta es la forma en la que se conservan y entregan. Deben garantizar una temperatura que permita la supervivencia de los microorganismos (refrigeración).

La microbiota debe estar nutrida para garantizar un correcto estado de salud, no solo a nivel intestinal. Está demostrado que sus funciones van más allá del aparato digestivo. Su composición y estado es un determinante de salud y no debe ser menospreciado.